La virgen sin cabeza by Pilar Ruiz

La virgen sin cabeza by Pilar Ruiz

autor:Pilar Ruiz [Ruiz, Pilar]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2023-02-23T00:00:00+00:00


9

No saber nada, solo olvidarse de sí misma y perderse en la piel ajena, dejarse abrazar hasta casi no poder respirar, meterse dentro de ese otro cuerpo tan vivo. Podía escuchar los latidos de su corazón, la sangre bombeando como si ese corazón y esa sangre fueran los suyos. Fugaz, inmediato, el momento sin antes ni después. Ya no había casos que resolver porque fuera de esa cama, más allá de las sábanas arrugadas, nada existía. No había violencia ni asesinos ni cabezas perdidas ni bellas mujeres muertas, tampoco pesadillas. Solo ese hombre que la miraba tumbado a su lado, sobre la cama revuelta.

No hablar, no explicar, no pensar. Él lo había aceptado, también lo había compartido. Todo estaba claro, tan desnudo como ellos dos. Pasaron horas así, sin dejarse, sin dejarlo, sin cansarse uno del otro hasta que un hilo de luz se coló por la persiana bajada. No habían dormido en toda la noche. Mar tenía los ojos cerrados pero no dormía, seguía la respiración de ese hombre con la cabeza apoyada en su pecho. El aire entraba y salía de sus pulmones. Su corazón latía. Eli le acariciaba el brazo.

—Reconozco que me sorprendió cuando lo vi… —dijo Eli. Seguía con un dedo las líneas del tatuaje—. Un sobresalto continuo. Contigo nunca me aburro, inspectora. Desde que te conozco mi vida se ha convertido en un deporte de riesgo. Adrenalina en vena. Y el tatuaje… Ufff.

—Te gusta.

Sabía que sí, pero quería oírselo decir. Porque sabía muy bien cuando un hombre se excitaba; así que el bueno de Eli, el niño bien, culto y sofisticado, se había vuelto loco al ver su tatuaje. Curioso. Nada es lo que parece y menos en el sexo.

—Sé lo que significa —dijo.

Sí, sabía que no era un simple dibujo, una imagen bonita, un lema poético. No. El suyo no pretendía ser bonito ni decorativo. Todo lo contrario: era una marca fea y dolorosa como la que se hace al ganado, una cicatriz. Un recordatorio de algo que nunca se podría comprender del todo y quizá también un castigo autoimpuesto. Una señal para reconocerse en lo bueno y en lo malo.

—Pasé la infancia en unas cuantas bases militares, de aquí para allá —explicó él.

Ella enredó los dedos en su pelo y solo ese breve contacto la hizo temblar de la cabeza a los pies. Las sensaciones siempre por delante de las palabras, más importantes.

—No te lo vas a creer, pero mi padre llegó a general.

Mar ya lo sabía pero no hizo ningún comentario. ¿Para qué?

—Le decepcionó que no siguiera la carrera militar y rompiera una tradición familiar que se remontaba al siglo pasado. West Point, ya sabes. Un bisabuelo murió en la Gran Guerra y uno de mis tíos en Vietnam. Pero en realidad mi padre no me culpaba a mí, sino a mi madre. Estuvieron muy enamorados, pero ella no aguantaba aquella vida. Cuando se divorciaron ella volvió a España, escapó llevándome con ella. Estuve en medio de una guerra que duró años.

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